viernes, 19 de septiembre de 2008

Incultura de género

Un amigo que prepara su tesis doctoral me contó hace poco, a su paso por Madrid, que uno de los campos en los que prolifera la investigació arqueológica es la Arqueología de Género. Ante mi cara de anonadado procedió a explicarme algunas cosas sobre trabajos, tesis e investigaciones centrados en el papel de la mujer, las tareas que desempeñaban y su rol en los patriarcados de la época. También añadió algunas cosas sobre ciertas (no hay que generalizar) personas que utilizan dichos estudios como bandera del feminismo.

Hasta aquí no es malo. Tan sólo la dichosa utilización, incorrecta absolutamente, del palabro género, como otra nueva ambigüedad políticamente correcta; en este caso para referirse a la diferencia sexual entre hombres y mujeres. Una mujer tiene género femenino. Una mesa, también.

Ahora bien: ¿hacia dónde nos lleva esta oleada de Estudios de Identidad Sexual? (me niego a llamarlos "de género"). La mejor forma de justicia, de igualdad, consiste precisamente en la asimilación de las diferencias como algo natural. Debemos superar el machismo predominante del pasado para pasar a vernos como iguales. Repito, como iguales. La trata de la mujer como si fuera un fŕagil y estresable animalito en vías de extinción es absolutamente inaceptable. Esto es igual de cierto para todas las tradicionales formas de discriminación (raza, religión, tendencia sexual). Me niego a considerar, implícitamente, que alguien es inferior a mí tratándole con esa mezcla de pena y condescendencia. Simplemente es indigno.

Desde las bases de la sociedad, hacia arriba, mediante el lento proceso de relevo generacional que, sí o sí, hay que atravesar para estos cambios, ya se va apreciando la igualdad de hombres y de mujeres. En el mundo de la empresa, en el segmento de edad por debajo de los 40, la mujer pisa casa vez con más fuerza. En la universidad, las chicas ya son mayoría y con mejores notas que los chicos. Eso es igualdad de oportunidades y el que gana, gana. Así, sí.

Pero eso no tiene nada que ver con la mezcla de feminismo y revancha que lo inunda todo. Hasta un ministerio estamos teniendo que soportar. Ministerio que para cubrir sus cero competencias y bajo el pseudónimo de Ministerio de Igualdad, recibió 43 millones euros que, supongo, se habrán gastado en mobiliario, acondicionamiento del edificio y dietas. La Universidad Carlos III de Madrid, de la que soy orgulloso alumno, acaba de anunciar a bombo y platillo su nuevo Vicerrectorado de Igualdad, que profundizará en los estudios de género y toda esa manoseada mierda.

En cuanto a lo de la proporción de mujeres en los consejos de administración de las empresas... ¿de qué estamos hablando?. Muchos de los que ahora están en dichos consejos salieron de la universidad en los años setenta. ¿Alguien puede decirme qué proporción de tituladas salientes había en ese momento? ¿Cómo puede justicarse esa gilichorrada de que un 40% de los consejos de administración deben ser mujeres si apenas debemos llevar 10 años con esa proporción de titulados universitarios (entendiendo que en los consejeros de las empresas no son lo más jóvenes e inexpertos, claro está).

¿Y cuál es el único país del mundo en el que hay más diputadas que diputados? Ruanda. Sí, ha leído usted bien: Ruanda. Desde hace dos días, tras sus recientes elecciones. Supongo que, para llegar hasta eso, a nosotros aún nos faltan muchos Estudios de Género por escribir.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Waste Allocation Load Lifter Earth-Class (WALL-E)


Hay algunas veces en que uno se siente a la vez grande y pequeño en la butaca de un cine. Suele ser algo inesperado, ya que por la gran cantidad de morralla que acostumbramos a ver a través de pantallas, no se suele esperar nada especial. Llegas corriendo al cine, compras la entrada cuando los tráilers ya han empezado hace rato, y sin palomitas ni tan siquiera una simple botella de agua llegas sudando a una sala hasta la bola de gente y con el aire acondicionado a veinte grados. Mierda, piensas. Tenía que haberme quedado en casa a ver un capítulo de Los Soprano. Y entonces, la magia.

No puedo contar la de veces que me sorprendí con la boca abierta y la cara de imbécil emocionado mirando a la pantalla. Ni la profunda tristeza que me embargó cuando sentí que un puto robot de mentira nos daba a todos un repaso a todos los presentes. Y al salir, esa extraña sensación de nostalgia por algo que todavía no ha ocurrido y que ojalá no ocurriese nunca.

Durante treinta largos minutos de silencio vemos cómo el hacendoso Wall-E se ocupa de limpiar los restos de una gran orgía, de algunos siglos de duración, en cuyo ecuador nos encontramos. Y todavía hay gente que cifra lo bien o mal que van las cosas en función de si sube o baja el PIB. Malthus se descojonaría de risa, el muy cabrón.