martes, 12 de enero de 2010

Un día en la hemeroteca


La sociedad española se presta demasiado a menudo al juego orwelliano de 1984. Por repetición, somos capaces de interiorizar ciertas verdades y doctrinas hasta un límite insospechado. En eso demostramos, desde luego, tener muy poca memoria. No hablo ya de memoria histórica (lo meto gratuitamente), porque ahí desgraciadamente la guerra está perdida. Y no me refiero a la memoria histórica que esté de moda en cada momento (como, por ejemplo, durante los últimos años lo ha estado la reivindicación de todo elemento político, social o cultural reprimido por el franquismo), sino al hecho de que, en España, un grupo cualquiera de universitarios tomando café puede descojonarse de risa en tu cara cuando insinúas que un importante factor de la actual situación económica de Andalucía es hecho de que aquí se completó la reconquista de la península y, sobre todo, de cómo se repartieron el pastel los mandamases de la época. No, no es eso.

Resulta que Winston, el protagonista de 1984, trabajaba en el Ministerio de la Verdad, donde los altos funcionarios se encargaban de flashear la memoria colectiva de la sociedad cada vez que era necesario. Un gigantesco aparato mediático lanzaba a placer las necesarias consignas y cortinas de humo, o daba los golpes de timón necesarios en la opinión de los ciudadanos, de forma que siempre estuviesen entretenidos, tuviesen alguien al que odiar y, de esa forma, formasen piña en torno a su gobierno bienhechor.

Quizá exagere un poco con lo de 1984. En realidad, como leí hace unos días en una viñeta de cómic bastante interesante, nuestra sociedad probablemente se parece/parecerá bastante más a Un Mundo Feliz (Aldous Huxley) que a 1984. Hay que reconocer que si algo han demostrado los europeos (y sus primos yanquis) es que por las malas es muy difícil controlarlos. Pero por las buenas está tirado meterlos en el saco, como en parte ha venido a demostrar la televisión y como siguen haciéndolo empresas como Google (seguidas a bastante distancia por otras como Facebook o Apple).

¿Pero por qué digo todo esto? Bien, vamos allá. La primera estación de nuestro viaje en el tiempo es 2002 (bastante cerquita). Si os asomáis a la ventanilla, veréis a Rubalcaba criticando una ley del PP de regulación del comercio electrónico que adaptaba una directiva europea relacionada con el tema. Cito literalmente al diario El País:

"el Gobierno ha tratado de incluir dos leyes "en una", ya que, según Rubalcaba, no sólo se regula las actividades comerciales en Internet, tal y como indicaba la Directiva comunitaria, sino que pretende "regular los contenidos" y, en definitiva, "controlar el flujo de información en la Red".

No perdáis ocasión de leer la noticia hasta el último párrafo porque es sencillamente descojonante. Mismos argumentos, mismas acusaciones, mismo de todo que lo que ha ocurrido con la Ley de Economía Sostenible (risas ante la mención del nombre de la ley aquí).


La siguiente parada es el 26 de diciembre de 1985. Un poco más lejos. Por aquel entonces yo sólo tenía un año. Esto de internet no existía, por lo que aún no había llegado la orgía del copieteo que hoy en día quita el sueño a los autores. Los músicos y cantantes medraban a gusto, más felices que un gorrino en un lodazal, libres de temores, pues su modelo de negocio parecía inexpugnable. ¿Del todo? ¡No! Porque en la sorprendente fecha de 1985, amigos, en la que de vez en cuando un amiguete te pasaba una cinta de casette copiada en su casa, o a tu novia le regalabas una recopilación con "vuestras canciones" en dicho formato, el diario ABC exclama (página 52, clic para ver) "La piratería pone en peligro de muerte a la industria fono-videográfica". Lo de fono-videográfica queda bastante anticuado, pero estamos ante lo que estamos. Se habla de "un problema muy serio", de "el robo del siglo", ¡y por supuesto se menciona a la SGAE! Aunque en 1985 la mayoría de sus actuales caras visibles aún eran jóvenes respondones a los que les molaba la vida nocturna de Madrid, bebían con desenfreno y pasaban de los carrozas de sus viejos, que sólo pensaban en el dinero.

Una cosa no ha cambiado en 25 años de prensa acerca de la piratería. La gigantesca falacia de que unidad copiada equivale a venta perdida a la hora de calcular las cuantiosas pérdidas (en pasta gansa) para la industria. Como si algún gilipollas pudiera pensar que, en caso de no existir el mp3, yo me habría comprado (en unos cinco años) los 400 y pico discos que tengo almacenados.