miércoles, 2 de enero de 2008

Con la Iglesia hemos topado


Existen los llamados poderes fácticos que afectan a la organización de todas las sociedades. La banca, el ejército, los medios de comunicación... pero uno de los más antiguos de todos, sin duda ha sido la Iglesia.

Nos ha costado muchos siglos y miles de muertos en revoluciones sacudir la larga mano de la jerarquía católica del control cuasi directo del Estado. Durante siglos muchos reyes lidiaron con disimulo contra esto, aunque con la otra mano se dieran abrazos con los obispos. Durante el siglo XIX se produjo sin duda la época de mayor oscurantismo, consecuencia directa de la reacción contra el liberalismo que se produjo durante la Guerra de la Independencia. Los famosos curas con trabuco españoles, que predicaban el asesinato de franceses y afrancesados eximiendo de pecado dicho acto, y que no dudaban en echarse al monte como un guerrillero más, fueron una muestra de esa reacción de crisis ante la llegada de nuevas ideas liberales que iban a hacer que se les acabase el chollo. El nuevo régimen, bajo égida francesa, además de extranjero e invasor, era un ateo y un masón, decían. La llamada a las pasiones religiosas, sumados a la comprensible rabia por una invasión extranjera formaron el cóctel mortal. Una vez acabada la guerra, y aprovechando la inercia en la que se encontraba el pueblo, los religiosos siguieron persiguiendo y ejecutando con la misma saña a los españoles que mostraran cualquier signo de liberalismo, bajo la complacencia del casi innombrable Fernando VII. Esto explica sobradamente la tradicional radicalidad anticlerical de los sectores progresistas en España, que han aprovechado para pagar con la misma moneda a la Iglesia cada vez que han podido, generando muchos y tristes enfrentamientos civiles.

Por suerte para nosotros, hoy estas ideas no están siendo impuestas por ningún invasor, y no tenemos el primer ingrediente de aquel mortal cóctel, pero sí el segundo. A la jerarquía católica en pie de guerra, pataleando ruisosamente, consiguiendo arrastrar en su llamada a algunos millones de españoles, mientras ve impotente cómo se escapa poco a poco su protagonismo en temas políticos, su cada vez menos influyente opinión sobre cuál es la manera correcta de vivir y convivir, el número decreciente de personas que marcan su casilla al hacer la declaración de la renta, los ya mayoría matrimonios por lo civil, personas no bautizadas, y un largo etcétera de signos visibles para cualquiera.

Es demasiado pedir a cualquier organismo vivo que no luche por sobrevivir. Todos lo harán, los buenos y los malos. Pedir a la jerarquía eclesiástica que guarde silencio mientras todo esto ocurre sería como pedir a un mamut que dejara de patalear y forcejear mientras se hunde lentamente y sin remedio en unas arenas movedizas.

Por tanto, no hay que extrañarse de su natural reacción de supervivencia, pero sí hay que saber llevarla. Es probable que la mejor contramedida sea ignorarles mientras, poco a poco, sigue el natural proceso en el cual las ideas racionales van ocupando el lugar de las supersticiones. Como se dice en los foros de Internet, no hay que dar de comer al troll.