Existe la reclamación cada vez más oída de volver a comer como antes. Sentados, tranquilos, disfrutando de ese rito milenario de preparar comida y alimentarse de forma civilizada, rodeado de gente de nuestra confianza y en torno a una mesa.
Las prisas, dicen. El estilo de vida de hoy en día. El estrés. La comida basura, la sociedad del consumo y todo lo demás. Como si comer se hubiese convertido en un molesto trámite. Un trago rápido que hay soportar entre que llegamos de trabajar y nos vamos corriendo al gimnasio.
¿Es cierto esto? ¿Es justo? Durante milenios, el comer ha sido el único alivio. El momento de respiro por excelencia del día. La única pausa en las interminables vidas cuya única actividad era deslomarse en el campo. Una pequeña tregua (la única además del sueño nocturno).
En esas circunstancias, cualquier actividad se convierte en un rito. Se maximiza, se le da importancia, porque siempre se la desea y causa gran pena que se acabe, haciéndonos volver a nuestra mierda de vida.
¿Siguen vigentes estas circunstancias para reclamar, como hacen muchos, el sagrado momento de la comida? ¿Queremos, o necesitamos, esa tregua? Si pudieses prescindir de la comida el resto de tu vida, ¿lo harías?
martes, 2 de octubre de 2007
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